La pregunta de siempre: ¿qué es lo que hace de Don Quijote una obra tan especial?
Fueron los románticos alemanes del siglo XVIII los que difundieron esa lectura filosófica y trascendente de la obra, ya saben, el idealismo del Quijote dándose de topes contra la cruda realidad de la España decadente de finales del XVI y principios del XVII. O el otro gran filón filosófico de la obra: el diálogo entre Quijote y Sancho, entre dos maneras de ver el mundo, entre dos clases sociales que sin embargo van tejiendo una profunda amistad a lo largo del camino.
Pero la obra, antes de que la manosearan los eruditos, fue simplemente un best seller cómico. Sus primeros lectores veían en la obra un simple entretenimiento, una obra bien escrita, pero sobre todo divertida. Llamaba la atención la sarta de refranes, de anécdotas chuscas, de groserías que asoman a cada rato. ¡Quién iba entonces a imaginar que el Quijote se convertiría en una obra solemne, en un texto clásico de enseñanza en los sistemas de educación de España y América!!
Yo en el Quijote lo que más disfruto es eso, sus chistes, su gracejo, sus ironías. Su mala leche. Contra los libros de caballerías, claro, pero también contra toda esa España que seguía orgullosa de un pasado legendario para así no tener que mirar cara a cara su miseria presente.
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